Estamos tan embelesados con nuestro propio desarrollo que perdemos de vista nuestra propia naturaleza. Lo natural cuando miramos al cielo de noche es que veamos oscuridad, estrellas, la vía láctea, la luna… y salvo esta última, poco más podemos ver desde nuestras desarrolladas ciudades.
La contaminación lumínica que producimos no sólo nos impide ver el apasionante mosaico nocturno de estrellas que se debería desplegar ante nuestros ojos noche tras noche, también nos quita parte de nuestra esencia. Necesitamos la noche tal y como necesitamos el día, la oscuridad es tan necesaria como la claridad y estamos convirtiendo nuestro planeta en una gigantesca antorcha permanentemente encendida que nos genera problemas igual que se los genera a muchos seres vivos como los pájaros que alteran sus ritmos de migración, los insectos que quedan atrapados por luminarias o las tortugas confundidas al salir de sus huevos.
Que no tenemos conciencia de lo que hacemos y de las consecuencias que nuestros actos tendrán para nuestro planeta y sus habitantes, incluidos nosotros mismos, es algo evidente. El desarrollo, la comodidad y el bienestar personal predominan sobre las consecuencias a medio/largo plazo y como acabamos con la noche también acabamos con los bosques, la fauna, los ríos, los mares, el aire que respiramos… quizá esa sea realmente la esencia de nuestra especie.
Me viene a la memoria un post que escribí en abril de este año: El virus más letal conocido. No estaría de más que le echáramos un vistazo de vez en cuando para recordarnos quienes somos y lo que hacemos. con nuestro entorno. Mientras empezamos a arreglar todos nuestros problemas, que no son pocos, apaguen las luces por favor.
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