Hoy, 11 de julio de 2011 cumple un año la ilusión de un pueblo, el final de tantas decepciones, el principio de un sentimiento de orgullo como nunca antes había existido. Fue el fútbol quien lo consiguió. Ese deporte amado y denostado, ensalzado y odiado, nos dio a todos los españoles un motivo para sentir orgullo y sentirnos unidos, que ya era hora. Hoy hace un año, la Selección Española de Fútbol se proclamaba por primera vez en la historia Campeona del Mundo. ¿Recuerdan cómo fue?
Yo me encontraba en un pequeño pueblo de León, fortín de muchas batallas y victorias. Allí había visto entre otras cosas proclamarse campeones del mundo ante Grecia a nuestro equipo nacional de Baloncesto, entre otras gestas deportivas. Un lugar talismán.
Estábamos crecidos. El mundial había sido nuestro, estábamos en la final, la confianza era total, la fiesta sin igual. Ya saben lo que ocurrió. El tiempo pasaba y los nuestros no conseguían el ansiado gol. Hubo mucho tiempo para que viejos fantasmas pasaran por la cabeza de todos, el «trencillas» del encuentro iba como casi siempre con los otros, Robben a punto estuvo un par de veces de empaquetarnos, ponernos un lacito y enviarnos para casa, compuestos y sin novia. Pero no era eso lo que tenía que pasar.
Tras muchos minutos, cuando ya empezaba la agonía, vino un tipo, de nombre Andrés y la lió. Vaya que si la lió. No recuerdo cuanto tiempo quedaba, pero daba igual, todos gritábamos, cantábamos, bailábamos… nuestro atronador grito se unió al de millones de españoles para cruzar el mundo y acabar con una Holanda que había vendido cara su derrota.
El resto daba igual. La fiesta había empezado. ¿Qué ocurrió en otros sitios de España? En aquel pueblecito leones gritos, lloros, abrazos, emoción… tanta emoción que una sola propuesta acabó con todos nosotros en la fría agua del río del pueblo. Pequeños, medianos y mayores, todos nos bañamos en el río. Todos éramos Campeones del Mundo. Y en ese momento de la madrugada recordamos que con la emoción habíamos olvidado cenar. Debía ser la una de la madrugada, cuando improvisamos un picnic para reponer fuerzas y llevar a nuestros niños a la cama, que ya iba siendo hora. Todo volvía a la normalidad. ¿O no?
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